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Atípica etapa personal… A costa del Santo encontré unas atractivas pulseras.

Tras una etapa personal atípica, motivos profesionales y de pareja acordando el trastocarme las neuronas, decido emprender el camino. Poco original pero prometedor, ganas de disfrutar/sufrir la experiencia.

Poco dado a las relaciones sociales, elijo el mes de Marzo de un año lluvioso, frío, convencido de ser favorable para mis intenciones, sumergirme en paisajes diversos, pensar mucho y charlar lo justo. Dejo pues a mis fieles perros, evasiva compañera y estúpido jefe, triste de pensar que en este momento de mi vida son los primeros a los que más echaré de menos.

Equipaje sobrio, incluyo saco y rudimentaria tienda de campaña, tengo intención de pasar noches bajo las estrellas. Comienzo en un AVE camino de Huesca, también he decidido un itinerario diferente, lo iniciaré en Somport, en el límite con mi patria, para unirme al camino francés a la altura de Puente de la Reina, impresionantes paisajes y nieve asegurada.

Vagón lleno hasta Zaragoza, el inefable pesado incluido, nos ha deleitado con sus insustanciales conversaciones telefónicas a grito pelado. El tramo hasta Huesca mucho más relajado, anochecido y silencioso, comienza realmente mi periplo. Llego a una vacía estación, pequeña, nueva y fea, lluvia pegajosa y fría, quiere ser nieve.

Para mi primera noche he decidido hotel, tiempo tendré de penurias, alojamiento de buen trato y una decoración que me traslada un par de décadas atrás. Salgo a dar una vuelta por esta ciudad de cuestas, rodeo la catedral y tras no pocas vueltas encuentro un bar abierto, parece acogedor.

El desconocido en mi camino.

Sin proponérmelo, en la cena entablo conversación con una especie de gigante rubio que más tarde adiviné holandés, ciclista, peregrino y también buscando algo diferente. Se ha dirigido sin dudar hacia mi mesa, pide permiso para sentarse y me trata desde el inicio como compañero de fatigas.

El cómo habrá reconocido mis intenciones no deja de sorprenderme, cuando al coger la copa de vino entiendo, mi pulsera «buen camino».

Mi pulsera, es otra pequeña historia, uno de mis primeros pasos cuando buscaba evadirme, algo que simbolizara mi compromiso, ganas. No quería nada llamativo (descartada pues la concha) y menos aún vulgar, por lo que entré en internet y tras curiosear cuanto abalorio existe a costa del Santo encontré unas pulseras, lo suficientemente discretas y originales como para que me hiciera con un par de ellas.

Tras compartir un par de horas de variada charla, alguna botella de vino, unas carcajadas y efusiva despedida, regreso con paso no tan firme al hotel, mañana breve viaje en autobús e inicio el camino, a pie, el pedalear no es mi fuerte.

Bien pensado, vaya comienzo, poco recogimiento e introversión hasta el momento, esto es diferente a lo planeado. Y ahora sé que mi pecosa volverá, cosas de cada etapa personal del camino.

Jean Pierre

Toroida con cada etapa personal del Camino.