¡Menudo trecho tenemos por delante!… Camino del conocimiento.
Pensaba yo… Camino del conocimiento… cuando veía en un mapa de papel, en tiempos analógicos; el kilometraje que había entre mis pies y la Catedral del Apóstol.
Empecé a andar con una mentalidad jovial, rodeado de familia y amigos, dispuesto a pasarlo guay. Se mire por donde se mire, es un buen plan para el verano.
Sin embargo, a medida que se iban sucediendo las etapas; esa algarabía inicial iba dando paso a otra cosa más profunda. Una especie de redescubrimiento personal movido por la exhaustividad a la que en ocasiones se ve expuesto el peregrino. Un no poder ya más, pero querer dar más. Nunca olvidaré la subida por el Alto del Poio, (Alto do Poio, en la etapa O Cebreiro-Triacastela, es la mayor cumbre del Camino Francés en toda Galicia) con un sol de justicia y alguna que otra ampolla en los pies.
Un sufrimiento que contrastaba enormemente con el sentimiento de compañerismo que se producía de forma espontánea con otros peregrinos, muchos de ellos procedentes de Roncesvalles o de la lejana Francia.
Una experiencia inigualable.
Cuando llevaba unos días andando descubrí que hacer el Camino de Santiago es mucho más que calzarse unas botas y coger una cayado con una vieira. Es conocer gente, fortalecer la amistad, sufrimiento, superación, meditación y hasta penitencia.
El Camino es ver pasar las aldeas, a los lugareños diciendo “¡vamos chavales, que no queda nada!”, maravillarse con los más increíbles y variados paisajes que nos regala el norte de España, bucear en uno mismo…
El Monte do Gozo, la antesala a pisar suelo compostelano. Tras varios días de caminata, una mezcla de pena y ansia por llegar se agolpaban en mi y supongo en muchos de los peregrinos que cada día llegan a este enclave y pueden atisbar el complejo catedralicio a no mucha distancia de allí.
Cuando finalmente alcancé la “meta”: la Catedral de Santiago. Es obligada la asistencia a la misa del día, y más siendo Año Santo Jacobeo. El impresionante botafumeiro y el clásico abrazo al Santo, son los últimos retazos de un camino que empezó jovial y terminó siendo transformador. En todos los sentidos, un buen camino.
José Luis
Toroida con El Camino del conocimiento.